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Ernesto Rojas Ochoa

UNA INSTITUCIÓN DE LA RADIO EN COLOMBIA

La historia de la radio en Colombia ha estado marcada por voces de dicción perfecta y tonos melodiosos que retumban en los altavoces. Con el pasar del tiempo esa elegancia y toque refinado se ha ido perdiendo, sin embargo las aulas de clase de algunas instituciones educativas del país, tienen la oportunidad de contar con maestros que comparten sus experiencias y conocimiento con quienes se han aventurado a los medios de comunicación.

Ernesto Rojas Ochoa, locutor con la licencia número 001 del Ministerio de Comunicaciones que lo certifica como profesional en el medio. Exdirector de programación de Caracol, RCN y Colmundo Radio. Amante de la poesía y la docencia; desde hace cincuenta años se dedica a dictar cátedra de radio a los alumnos del Colegio Superior de Telecomunicaciones en Bogotá, Colombia.

Desde niño, su vida ha sido influenciada por esa caja mágica que despierta la imaginación. “Los radios eran muy costosos, pero en mi casa había un radio Stuart azul en el que se sintonizaban emisoras de todo el mundo, en todos los idiomas. Ese era uno de mis juguetes. Yo imaginaba que dentro de ese mueble había un señor con sombrero y fumando tabaco, que leía e iba cambiando el idioma tan pronto sintonizaba otra emisora. Esa fue mi primera historia fascinante con el medio”.

Su amor por la lectura y la pasión por la cultura lo llevaron a estudiar derecho pero nunca lo ejerció. Sin embargo, fue gracias al profesor de una de estas clases que encontró el camino que lo llevó a los medios. “Llegó un día el profesor de humanidades con una enfermedad de garganta y no podía hablar. Estábamos tratando el problema homérico, pidió que alguien leyera una rapsodia de la Ilíada. Todos pedían que lo hiciera yo. Al final me esperó y me dijo que por qué no me hacía un curso de locución. Tiene una magnifica voz y lee muy bien. Sería un gran orador político. Le dije a mi papá e inmediatamente me respondió que no. Él había pertenecido a la radio; por ese entonces había un tío que me acolitaba todo lo que hacía, entonces me dijo que me metiera y que no le dijéramos nada a él. Entré al Colegio Superior, que quedaba en la 24 con novena, en ese entonces el curso de locución duraba seis meses. Me gradué y empecé a trabajar en una emisora, también por ayuda de mi tío, porque mi papá, que había estado en el medio, sabía cómo era y no me quiso recomendar”.

Desde corta edad tuvo contacto con la docencia. “Estando aún en el bachillerato, estudié en el Salesiano León XIII, le di refuerzos a compañeros que estaban un poco atrasados en matemáticas e historia. Ahí se despertó el fervor por dictar clase”. Lo primero que enseñó en el Colegio Superior fue redacción. Allí llegó por la oportunidad que le dio Santiago Munévar Silva, narrador de carreras de caballo y gran lector de noticias. En una ocasión Munévar, que era profesor en la institución, no pudo ir y le pidió el favor de reemplazarlo. En ese momento empezó su aventura con la educación.

“El profesor siempre nos enseñó que la proyección y el manejo de la voz son esenciales para desempeñar un buen trabajo de locución en los medios de comunicación”. Aseguró la egresada de sus clases, María Camila Osorno. “Dentro y fuera de las clases es una gran persona. Como docente demuestra que ama su profesión”, añadió la ex estudiante.

“La exigencia del profesor logra que cada alumno se comprometa con la dicción, la entonación y todo lo que envuelve la locución”, aseguró el estudiante del Colegio Superior de Telecomunicaciones, Daniel Rodríguez. “Es un docente íntegro. Lo estricto de sus clases permite el amplio desarrollo de nosotros como alumnos”.

“Es un gran amigo, buena persona y uno de los mejores docentes del Colegio Superior”, dijo Iván Polo, cercano a él en la institución. “Me aconseja y es cercano a quienes lo rodeamos y apreciamos”.

Más allá del hombre con la gran voz y el bagaje en los medios, principalmente en la radio, hay una persona común y corriente que ama la buena música. “Me gustan los boleros, la clásica y la folclórica. Soy un amante de la composición colombiana”. Su cantante masculino favorito es Plácido Domingo y en las damas está la mezzosoprano colombiana Martha Senn. También es cinéfilo, le agrandan películas clásicas como “El Ciudadano Kane”, “El Acorazado Potemkin” y el musical “My fair Lady”. Se consideró un excelente bailarín y el sitio que siempre ha querido conocer es la India. “A Colombia la conozco casi toda. En el mundo me gustaría conocer el Taj Mahal porque es el gran monumento al amor”, concretó.

Con los brazos cruzados y mientras sonreía, aseguró que actualmente, y desde hace quince años, está escribiendo un libro sobre el estudio de la comunicación en el país. “Los que existen son parciales de antaño o muy sesgados. No lo he podido terminar por falta de tiempo y costos económicos. Debo esperar, hay que ver sí don Jesús me lo permite”.

Desde el salón de clase, y preparado para recibir a los estudiantes de la jornada nocturna, envió un mensaje a quienes se forman hoy en el ámbito del periodismo y la comunicación: “hay que estudiar. Leer, leer y leer mucho. Se debe tener, como Gonzalo Fernández Pacheco, un gran compromiso con la sociedad. Los medios de comunicación, y la comunicación ante todo, es una profesión de servicio. Comunicador que no tenga este convencimiento y esta vocación, no es comunicador por más bella voz que tenga”.

Terminó sus estudios de derecho en la Universidad Nacional de Colombia pero no se graduó, lo hizo por cultura. Fue vendedor de seguros Colpatria. Llegó a los medios de comunicación y a la docencia por accidente. Hoy con más de siete décadas vividas comparte un poco de su historia.

 

 

Ciclovía: 40 años en Bogotá

UNA VECINA QUE SÓLO SALE LOS DOMINGOS Y FESTIVOS

Cada fin de semana a las 7 de la mañana, muy puntual, se asoma por las calles de la Capital. Con esfuerzo, se toma algunas de las vías más importantes y sin necesidad de hablar, invita a gritos a quienes están en sus casas para que la acompañen.

Desde que decidió salir, el 15 de diciembre del año 1974, en forma de manifestación contra la contaminación, el ruido y el sedentarismo, han pasado años. Seguro el estrés que se maneja de lunes a sábado la enferma y por eso sus aventuras e historias las gesta, generalmente, los días que la mayor parte de los rolos descansan.

Por Óscar Darío Carrión Vera | 2 de abril del 2014

Twitter: @carrioscar

La respuesta a sus reclamos tardó cerca de dos años. El 7 de junio la administración de la ciudad oficializó su llegada, como sí hubiese sido una extranjera, con los decretos 566 y 567. Lamentablemente, al parecer, a muchos no les gustó compartir con ella y se encerró de nuevo en el lugar donde siempre estuvo esperando.

Cinco años más tarde, hacía el año 1981, decidió invitar nuevamente a cinco mil cercanos suyos, para que tomaran la “bici” y se apropiaran de lo que les pertenece: las calles. Sus amigos, que querían que saliera más, no dudaron en respaldarla en esta aventura y se dieron un “Ciclopaseo” por la metrópoli.

 

En septiembre de 1982, junto con su confidente, el "caballito de acero" de dos ruedas, logró abrir más espacios entre las transitadas calles. De ahí que permaneciera paseando seis horas de arriba abajo, tan feliz como cuando los niños juegan en el parque.

 

Con el transcurso de los tiempos ha crecido y madurado mucho. Empezó con unos cuantos acompañantes pero hoy tiene un millón de aliados que no la dejan sola, siempre tiene quien la visite. Los extranjeros se enamoran y quisieran llevarla a sus lugares de origen. Aunque ha salido, lo acepta, sólo lo hace por transmitir su conocimiento en otros sitios; sin embargo reconoce que su hogar está aquí y vivirá siempre con amor por todos los que pasan por su casa de vías abiertas.

 

Niños y adultos la adoran, “me gusta mucho patinar y aquí lo puedo hacer sin preocuparme por los carros”, aseguró su vecino de 11 años, Juan Pablo Rojas. Ella, que no es para nada arrogante le presta el “patio de su casa”, seguramente porque es muy grande.

Eduardo, que la visita cada ocho días, sabe que para disfrutar de su compañía hay que llevar muchas cosas y a la vez se deben planear otras: “practico ciclismo, baloncesto y caminata. Me gusta venir por esparcimiento y recreación, es agradable ver a los demás en una rutina diferente a la habitual”.

 

Sabe que tiene cosas por mejorar, pues sus fieles acompañantes se lo han dicho. Le falta ser más organizada en algunos puntos de alto tráfico y debe quedarse un poco más de las dos de la tarde porque, a veces, algunos no alcanzan a disfrutar su visita.

 

Alemanes, ingleses, estadounidenses, venezolanos, chinos y muchos más han recibido su hospitalidad y reconocen el aprecio recibido de su parte, “en Inglaterra no hay este tipo de espacios. Mucha gente monta en bicicleta, pero no se toman las vías como acá. Adoro salir, disfrutar un rato y luego me voy a jugar ajedrez, a veces hasta las seis de la tarde”, contó con una sonrisa Andy, residente en Bogotá hace unos meses.

Recién cumplió su cuarta década, pero se siente joven. Con el pasar de los años ha ido extendiendo sus dominios, hoy tiene un pedacito en las localidades de la ciudad, logrando acercarse a quienes quieren acompañarla.

 

En un solo lugar, pero muchos a la vez, reúne idiosincrasia, cultura, entretenimiento, mascotas, grandes y chicos, vendedores ambulantes, colores, agua, campañas por el reciclaje y muchas cosas más. La mejor manera de conocerla es visitarla. Por su parte ella seguirá saliendo cada que se lo permitan, con ansias de llenar las calles de sonrisas, ruedas, unión familiar, amistad y mucha diversión.

 

Apreciado lector, la vecina que sólo sale los domingos y festivos, lo invita a disfrutar de un paseo por la ciclo-vida, perdón la Ciclovía. Seguro que no se aburre y por el contrario, se volverá adicto a su compañía.

Por Óscar Darío Carrión Vera | 17 de marzo del 2014

Twitter: @carrioscar

Por Óscar Darío Carrión Vera | 30 de abril del 2014

Twitter: @carrioscar

Desconexión desde la literatura

LA CASA, UN LIBRO Y EL CAFÉ

Seis años han trascurrido desde que Ana María Aragón y sus amigos se tomaron una casa del barrio Palermo en Bogotá.

Un jardín que incita a quedarse, una sala llena de libros para todos los gustos y de todos los temas, un café perfecto para sumergirse en las letras que Cortázar, Camus, Poe o Orwell pusieron con sutileza en cada uno de sus textos y una deliciosa melodía de fondo. Así es “Casa Tomada”, un sitio localizado en un tradicional sector de la ciudad, pero que parece que hubiese sido sacado de la imaginación de alguno, o muchos, de los autores que allí viven.

 

Ni siquiera ha tenido un acto de inauguración oficial, con todos los bombos y platillos que se hacen al dar apertura de un proyecto al público. Tampoco tiene, posiblemente no necesita, grandes espacios publicitarios para darse a conocer, pero ya es reconocida y respetada.

Un timbre es el único requisito que hay para abrir la puerta a un mundo de fantasía y realidad compuesto por cerca de 20 mil títulos, lo curioso es que de la mayoría tan sólo hay un ejemplar. A primera vista parece una biblioteca y aunque no lo es promueve la lectura desde los clubes para grandes y chicos que tienen semana tras semana.

 

En el ambiente reposa un aire de tranquilidad que hace que la desconexión con el mundo exterior sea total. En el ático hay una pequeña sala de cine donde se proyectan películas los viernes, también se programan talleres de ilustración y escritura; cada sábado a las 11 de la mañana las puertas se abren y la casa es tomada por niños de todas las edades, allí se divierten leyendo todo lo que quieren.

 

El anhelo de su directora, Ana María Aragón, no es sólo vender, sino promocionar la lectura y su amor por los libros a todos los que visitan esta hermosa casa de conservación. “La idea de tener una librería es recomendar, según el tipo de lector que llegue. Uno se siente muy bien cuando la persona vuelve y dice, me encantó la recomendación que me hicieron”, comentó.

Salir de este espacio mágico es complicado, ir allí puede significar dos, tres o quizá más horas del tiempo pensado, incluso si lo que se desea es tan sólo degustar un capuccino o un té natural para conversar con alguien en un lugar fuera de lo convencional.

 

Sin duda alguna, quienes se atrevan a pasar por allá sufrirán una metamorfosis, no de naturaleza como lo describía Kafka en su texto, sino de concepción por el aprecio hacía las ilustres huéspedes de esta casa: las letras.

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